miércoles, 4 de agosto de 2010

Jacques Yves Cousteau


Según la mitología griega, Calipso (que significa “la que oculta”) era el nombre de la bella hija del titán Atlas, que reinaba en la isla de Ogigia. Cuando a esta isla arribó Ulises, Calipso le hospedó en su cueva, ofreciéndole todas las comodidades posibles, manteniéndole de este modo durante siete años. Tuvo con el héroe cuatro hijos: Nausitoo, Nausinoo, Latino y Teléfono. Pensó la ninfa que el fruto de su amor, retendría al de Ítaca a su lado. Pero nada más lejos de la realidad: Ulises deseaba regresar a su patria, junto a su amada Penélope.
Viendo la situación, Atenea intervino y solicitó a Zeus que ordenase a Calipso dejar marchar a Ulises. Zeus envió a su mensajero Hermes y Calipso, viendo que no tenía más opción que obedecer, le dio materiales y víveres para que se construyera una balsa y continuara su viaje. Ulises se despidió de ella, no sin cierto recelo por si se tratara de una trampa, y zarpó. Algunas leyendas cuentan que Calipso terminó muriendo de pena.
En esta antigua leyenda, encontramos ciertos paralelismos con la suerte que corrió uno de los buques expedicionarios más famosos que han surcado los mares: el Calypso de Jacques Cousteau. Pero, cómo y cuándo se inició la fructífera relación entre el hombre y el famoso buque, es algo que desgranaremos a continuación.

El capitán de un sueño.

Jacques Yves Cousteau nació en Saint André de Cubzac, Francia, el 11 de junio de 1910. En 1930, el joven Cousteau fue admitido en la École Navale de Brest, llegando a ser oficial de artillería de la Armada Francesa, algo que le dio la oportunidad iniciarse en diferentes experimentos submarinos. Sin embargo, su objetivo distaba de tener algo que ver con el fondo del mar, pues deseaba ser piloto.
Sin embargo, un accidente de tráfico acabó con sus ilusiones, ya que le dejó graves secuelas en una mano, y decidió que quizás lo más parecido a volar, era sumergirse en las profundidades marinas, con lo que puso sus miras en el mundo submarino. En 1936 inició las pruebas de unas gafas protectoras que permitían la visión bajo el mar; serían las antecesoras de las gafas de buceo que todos conocemos. Estos primeros coqueteos con la belleza submarina le llenaron de tal forma, que decidió encauzar todas sus energías a aquel inhóspito mundo aún por descubrir.
En 1937 se casó con Simona Melchior, con quien tuvo dos hijos: Jean Michel y Philippe. Tomó parte en la II Guerra Mundial, y durante la conflagración, en su búsqueda por hacer del mar un medio benigno para el hombre, desarrolló en 1943, junto al ingeniero Emile Gagnan el Aparato de respiración submarina autocontenida, o lo que conocemos como "aqua-lung", que comprendía cilindros de aire comprimido y un regulador de gases. Este sistema permitió la popularización del buceo autónomo como deporte, debido a que otorgaba al buzo independencia con la superficie, al no necesitar un cable para el suministro de aire.
Tras la II Guerra Mundial, junto con el oficial naval Philppe Tailliez y el submarinista Frédéric Dumas, eran conocidos como los mousquemers (“mosqueteros del mar”), puesto que se dedicaban de lleno a realizar experimentos, tanto en el mar como en laboratorios, para poder controlar en cierta medida, el medio submarino: eran especialistas en localizar y eliminar las minas submarinas olvidadas de la guerra, en los puertos de Francia y también exploraban diferentes pecios.

En agosto de 1946, junto con Frédéric Dumas, exploró uno de los ríos submarinos más profundos, el Sorgue, en Fontaine de Vaucluse, (Provenza, Francia). A punto estuvo de costarles la vida a ambos la aventura, ya que una importante cantidad de monóxido de carbono se filtró accidentalmente en el sistema de aire de sus aqua-lung, proveniente del compresor de aire diesel que filtraba, precisamente, el monóxido de carbono generado. Cuando ya estaban en estado de letargo, adormilados por el efecto del monóxido de carbono y a una profundidad de 46 metros, entre ambos consiguieron salir a la superficie. Lo irónico es que inmediatamente después de haber logrado salvar la vida, otro grupo de submarinistas se introdujo a bucear en el mismo lugar y a punto estuvieron también de perder la vida, debido al mismo problema. Pero volvería a intentarlo.
En 1950, descubrió en Malta el buque que había de convertirse en su enseña. Se trataba de un viejo dragaminas, botado en 1942, de la Royal Navy, transformado en ferry y que tenía el prosaico nombre de J-826. Cousteau encontró que era ideal para sus planes de explorar los mares y gracias a la financiación de Loël Guinness, el contrato de compra-venta se formalizó oficialmente el 19 de julio de 1950. En el contrato de leasing entre ambos, el Sr. Guiness le cedía el buque al capitán francés por el simbólico precio de 1 franco anual. Acababa de adquirir el sueño de su vida.
Inmediatamente, el Calypso, que fue como se rebautizó al buque, se llevó a los diques de Antibes, en Francia, donde sufrió una profunda transformación que le convirtió en un buque oceanográfico. Una de sus innovaciones era la “falsa nariz”, que era una cámara de observación submarina construida en la proa y equipada con ocho ojos de buey para poder observar. La mayoría del equipamiento fue donado por el sector privado y la Marina Francesa. Jacques Cousteau y su esposa Simone aportaron gran parte de su patrimonio personal para poder obtener recursos para el barco.

En junio de 1951, Cousteau decidió que era de poner el buque en el agua e inició la aventura. Se dirigió primero a Córcega y la tripulación consistía únicamente en una serie de amigos y la familia Cousteau al completo. El 24 de noviembre se inició el trabajo en serio, siendo el primer destino el Mar Rojo, donde iban a estudiar los corales. La tripulación obtuvo valiosos documentos topográficos y fotográficos, así como pruebas de la existencia de flora y fauna submarinas totalmente desconocidas. Cousteau regresó, convencido de que sólo había una solución para la comprensión del mar. Como él decía “Debemos ir por nuestros propios medios”. El Calypso era la herramienta ideal para ese desafío.

La conservación marina.

En julio de 1952, el Calypso se dirigió desde su nueva base en Marsella al islote de Grand Congloué, donde se suponía existía un pecio del S.III a.C. a 40 metros de profundidad. En esta expedición participaría para el estudio un joven Albert Falco, que al parecer trajo suerte, puesto que se encontraron cientos de ánforas y fragmentos de cerámica, que se llevaron a la superficie y donadas al Museo Borely y al Museo de los Muelles Romanos de Marsella. Durante el verano de 1953, el Calypso se empleó para probar unas cámaras submarinas nuevas y flashes electrónicos inventados por el Dr. Harold Edgerton, lo que les permitió fotografiar animales en aguas profundas, llegándose a los límites de la exploración submarina. El buque estaba listo en ese momento para llevar a cabo sus aventuras televisivas, totalmente equipado y tripulado por 28 personas.
En esos años, mediados de los 50, empezó a trabajar con Luis Marden, con quien descubrió nuevas técnicas en la fotografía submarina. El 1963, junto a Jean de Wouters, desarrolló una nueva cámara submarina a la que bautizaron como Calypso – Phot que posteriormente fue patentada por Nikon convirtiéndose en la Calypso – Nikkor. Esta época fructífera del en la producción de ingenios que le permitiese acercarse aún más a la realidad submarina, no se detuvo y junto a Jean Mollard creó el SP-350, un submarino con capacidad para dos personas que podía sumergirse hasta los 350 metros. Sucesivas mejoras en este prototipo les permitieron llegar en 1965 a los 500 metros de profundidad.
Ya en 1967, volvió a reunirse con su tripulación en Fontaine de Vaucluse, junto con otro ingenio: un robot submarino teledirigido denominado Télénaute. Esta vez, esperaba que este aparato le permitiese lograr lo que no pudo en 1946: el origen del río. Consiguieron que el robot llegara a los 106 metros ante de alcanzar un sumidero por el que no podían pasar.
Esto, le animó a realizar una película denominada Épaves (Pecios), con lo que se continuaba una exitosa carrera documental, entre la que caben mencionar los tres Oscar de la Academia por El Mundo silencioso (1956), El pez dorado y Mundo sin Sol (1964) o la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1956. Y por supuesto, ¿quién no recuerda la maravillosa serie El Mundo submarino?
Durante 40 años, el Calypso, capitaneado por Cousteau y sus equipos, se dedicó a explorar el rico y frágil ecosistema marino. A la vez buque de trabajo, base de operaciones y hogar, el barco navegó desde las cálidas aguas de Océano Índico a las gélidas y tempestuosas aguas de la Antártida. Se convirtió en símbolo de un mundo que se podía explorar y cuidar. Pasó por duras pruebas como huracanes, tormentas, hielos perpetuos, icebergs y bancos de arena. E incluso una vez, en el Canal de Suez casi fue hundido por error durante el conflicto árabe-israelí de 1956.

Pero esta gloriosa vida dedicada a la investigación, tuvo su trágico final el 8 de junio de 1996, en Singapur. Ese día, a las tres en punto de la tarde, una barcaza golpeó al buque, dañándolo seriamente cuando se encontraba maniobrando para dirigirse una expedición en el Yang Tsé (Río Amarillo). El terrible golpe, perforó el casco y la vieja y gloriosa dama se fue a pique, reposando sobre el lecho arenoso del puerto de Singapur. Costó 17 días sacar el buque del fondo del mar, sin embargo, debido a los daños recibidos, su destino era ya irrevocable: sería el ejemplo, para las futuras generaciones, de la vida y obras de su tripulación alrededor del Mundo. Esas eran las intenciones que tenía el famoso capitán, que sin embargo nunca pudo llegar a ver cumplidas, puesto que el 25 de junio de 1997, a la edad de 87 años, fallecía como consecuencia de un ataque al corazón, mientras se recuperaba de un problema respiratorio que le había mantenido prácticamente apartado de su pasión, el mar, los últimos años de su vida.
El fallecimiento de Cousteau provocó una revolución entre los beneficiarios de su legado, que deseaban poseer los derechos derivados de toda su obra, con lo que su emblemático buque oceanográfico fue abandonado a su suerte desde que en 1998 fuera anclado en el puerto francés de La Rochelle. Una agria disputa familiar entre la viuda y el hijo del submarinista por hacerse con la propiedad de la embarcación, estuvo detrás del prolongado abandono que a punto acaba de forma definitiva con el Calypso.

La razón era que ambos dirigen dos sociedades que rivalizan para perpetuar el trabajo del explorador fallecido en 1997 y los dos reivindican la propiedad del barco para utilizarlo en distintos fines: mientras Francine Cousteau, segunda esposa del científico, proyectaba utilizar la embarcación como reclamo turístico en una compañía americana de cruceros, el hijo del submarinista, Jean-Michel, defiende que la nave debe quedarse en Francia y solicitó a varios arquitectos navales el diseño de un plan de restauración.

Finalmente, la Sociedad Cousteau y la Carnival Corporation, el mayor grupo operador de cruceros del Mundo, alcanzaron un acuerdo a finales de 2004 para restaurar el Calypso con la intención, una vez restaurado, de que se convierta en un centro de exhibición para las ciencias y el medioambiente. El Calypso llevó a los astilleros de Grand Bahama, donde se iniciaron los trabajos de restauración que tendrán un coste estimado de 1,3 millones de dólares. Se espera que a finales de este año de 2006, se den por finalizados los trabajos de restauración, si bien la nueva localización del barco, tras su reparación, se anunciará en una fecha posterior a su nueva botadura.
Hasta que llege ese momento, es su buque hermano, el Alcyone, la hija del viento, quien se encarga de continuar mostrándonos las maravillas del mundo submarino..."

2 comentarios:

  1. YO CONOCI EL CALYPSO EN BOLIVIA EN LAS AGUAS DEL LAGO TITICACA

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  2. Estimado amigo, tuve la suerte de disfrutar de ellos en dos ocasiones a finales de la década de los años 70 en el puerto de Almería (España).

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